¿Pero han propuesto algo más que una lista liberal de deseos?
El informe del Instituto de Desarrollo Contemporáneo pinta un futuro que más parece un sueño liberal: democracia multipartidista, genuina libertad de prensa, un SFS y un Ministerio de Asuntos Interiores más humildes, y una política exterior abiertamente occidentalizada. También plantea comparaciones obvias con las políticas y los ideales de la década de 1990. El presidente Dmitri Medviédiev dirige el consejo supervisor del instituto pero lo más probable es que quiera distanciarse del lastre político de la era Yeltsin y no contemple las conclusiones del informe.
Los autores del informe parten de la tradicional premisa liberal de que no puede haber desarrollo de una economía moderna (sobre todo, si nos referimos a la “economía innovadora” defendida tanto por Mevdiédiev como por su primer ministro Vladimir Putin) sin una sociedad políticamente abierta. Para los liberales rusos, esa falta de competencia política en Rusia fomenta la corrupción generalizada y la ausencia de transparencia empresarial.
Para una economía que busca apartarse de las exportaciones de materias primas con el fin de hacerse “innovadora,” sin duda resulta agobiante un paisaje político monocromático con “elementos de neofeudalismo e instituciones arcaicas”. “Sólo una persona libre es capaz de inventar algo nuevo,” subrayó ante los periodistas Igor Iúrguens, vicepresidente de la Unión Rusa de Industriales y Empresarios, experimentado lobbista político de los grandes grupos económicos y uno de los autores del informe. Como señaló Masha Lipman, analista política del Centro Carnegie de Moscú, hasta los que no están de acuerdo con esta premisa liberal admiten que es necesario cambiar el modelo económico actual. “El modelo de crecimiento económico basado en las exportaciones de energía funcionó perfectamente durante unos años pero, como algunos pronosticaron, ya se ha agotado. Y eso lo admite tanto Mevdiédiev como Putin”.
En cuanto a la reforma política, los autores proponen un sistema multipartidista que gire en torno a dos partidos rivales, uno de centro-izquierda y el otro de centro-derecha. Los comunistas y los populistas de derecha quedarían desplazados a los márgenes políticos y el estado renunciaría al control de los medios.
Para garantizar la transparencia, las instituciones más importantes también serían sometidas a grandes reformas. El SFS, tantas veces acusado de ejercer un poder desmesurado en la vida política, podría dividirse en agencias de contraespionaje y contraterrorismo. El Ministerio de Asuntos Interiores, actualmente sacudido por escándalos de corrupción y violencia policial, quedaría dividido y descentralizado. La policía de tráfico y sus frecuentes cobros de sobornos desaparecerían y el ejército se reduciría radicalmente, pasando del millón cien mil soldados, en su mayor parte procedentes del servicio militar obligatorio, a unos quinientos o seiscientos mil efectivos profesionales.
En cuanto a la política exterior, Rusia adheriría a toda agrupación internacional que estuviera abierta a ello, desde la Organización Mundial del Comercio hasta la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa. A largo plazo, podría considerar su ingreso en la Unión Europea y “concluir negociaciones” con la OTAN, pero no formar parte de ella necesariamente. “Nunca hemos dicho ‘formar parte’: lo que hemos dicho es que Rusia debería ‘concluir sus negociaciones’ con la OTAN,” señaló Evgueni Gontmájer, del Instituto de Desarrollo Contemporáneo.
Tanto Gontmájer como Iúrguens insisten en que su visión es a largo plazo. Uno de los problemas es que la visión carece de medidas claras para llevar a cabo políticas concretas, otro es la aversión de Rusia hacia todo lo que tenga que ver con la década de los 90. Pero el mayor problema de todos es, sin duda, que aun suponiendo que los que mandan lleguen a aceptar la premisa económica liberal en la que se basa la idea, tendrían razones de peso para oponerse a ella. “El problema actual reside en que todas estas reformas implican renunciar al poder y reducir el papel del estado,” señaló Lipman. “Y eso debilitaría la posición de los que toman las decisiones hoy en día”.
“Si el objetivo era hacer una recomendación práctica al gobierno, el informe sería ‘un primer paso’. Pero si realmente pensaban que Mevdiédiev iba a molestarse en escucharlos, le habrían aconsejado en privado y probablemente no habrían dicho nada de esto en público”.
Tal vez sea así. Sin embargo, los propios autores han minimizado sus vínculos con el presidente. “Es un personaje político y, como tal, dudo mucho que diga lo que piensa,” afirmó Gontmájer. “Pero en realidad no es para el presidente: es, sobre todo, para la sociedad. Queremos iniciar un debate”.
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